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Crónica de “101 cosas que hacer en Guadalajara”, de José Ramón López de los Mozos en Nueva Alcarria

CONDE, Raúl y JUAN, Ángel de, 101 cosas que hacer en Guadalajara, Guadalajara, Editores del Henares   (Col. Temas de Guadalajara, 12), 2016, 294 pp. [ISBN: 978-84-608-7324-2].

¿Cuál es el cometido que persigue este libro? En realidad se trata de dos. En primer lugar, recorrer la provincia de Guadalajara de cabo a rabo, palmo a palmo, siguiendo las sugerencias que en él indican sus autores, con el fin de disfrutar de todos aquellos valores que puedan ofrecer sus pueblos: monumentos, parajes silvestres, fiestas tradicionales civiles y religiosas, librerías donde adquirir el libro deseado y restaurantes donde comer, y seguir sendas hasta ahora poco conocidas y, en segundo lugar, ir dando a conocer la provincia de Guadalajara mediante viajes fácilmente realizables, contribuyendo así al fomento y desarrollo de su turismo activo, tratando de abarcar los aspectos más interesantes y variados que su infraestructura pueda ofrecer al visitante, que no turista, en este caso.

Algo parecido a lo arriba dicho, vino a ser lo que, según comenta en su prólogo Pedro Simón –periodista de El Mundo y Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2015-, hizo con su mujer, empezando a marcar con un círculo rojo aquellos lugares que deseaba conocer: Cogolludo, Zorita de los Canes, Pastrana, Brihuega, Sigüenza, El Olivar, Alocén… tras cuya visita volvían a casa con la sonrisa en la cara, la sesera limpia y la papelera del escritorio vacía. Es decir, encontrándose a sí mismo, perdiéndose por estos vericuetos asilvestrados, más antes que ahora. 

Pero, como dice el mismo Simón, este tipo de libros tiene algo en su contra, y es que los tesoros que encierra entre sus páginas se ofrecen casi gratis et amore a cualquiera que lo hojee, por lo que dicho tesoro, del que uno parecía ser el dueño, deja de pertenecerle, y no queda más remedio que compartirlo con los otros, por lo que la faceta narcisista del viajero se verá distorsionada una vez más y, ciertamente, sea entonces casi imposible aparcar en la placita de La Cabrera por culpa de la invasión nipona, o cargar el bandullo con unos torreznillos bien hechos, como Dios manda, porque Ferrán Adriá los ha catado y se han puesto de moda y, además de ser peores son más caros, puesto que ya no se da abasto y los tienen que traer congelados, con lo que su sabor dista mucho de aquellos otros, recién fritos, de cuando los días de la matanza. 

Dejando lo que pudiera interpretarse como broma aparte, este libro es el resultado de un artículo editado en el periódico digital Henares al Día (15 de abril de 2015), que llevaba por título “Cien cosas que hacer en Guadalajara” y que tantas visitas recibió, por lo que sus autores se vieron en la necesidad de convertirlo en una obra de mayor alcance, al igual que su cometido, que no es otro que dar a conocer a través de cien ideas, más o menos imprescindibles, la provincia de Guadalajara, aunque para diferenciarlo de aquel artículo, se le añadió una cosa más que hacer, hasta llegar a las 101, invitando al lector a patearla, por lo que, como señalan los autores en su “Introducción”, no se trata en ningún momento de un libro de historia, ni de patrimonio y, ni siquiera de una guía turística. Simplemente es una “carta de presentación” a las 101 cosas que el viajero debe conocer ahora que los tiempos han cambiado y la gente viaja más cómodamente gracias a la promoción del denominado turismo rural, cuya capacidad de captación, especialmente de la cercana Madrid, hace que la Arquitectura Negra o el Románico Rural, puedan recorrerse a sabiendas que podrá encontrar gasolineras, restaurantes y un patrimonio tan atrayente como la Sierra Norte, el Hayedo de Tejera Negra, el Barranco del río Dulce o el Alto Tajo, amén de miles de muestras de arte diseminadas por esas joyas que son las iglesias de los pueblos, lugares, en fin, donde todavía es posible charlar con el viejo que toma el sol bajo en emparrado.

A pesar de todo lo cual la provincia de Guadalajara sigue siendo la “cenicienta”, la eternamente desconocida de Castilla-La Mancha. Por eso en este libro se buscan nuevos horizontes, no solo las visitas a los monumentos más significativos, sino otras actividades que sirvan para alegrar el espíritu, como los libros de Rayuela, en Sigüenza; la ascensión al pico Ocejón, contemplando el paisaje de los alrededores y respirando el aire puro y nítido en su cumbre; recorriendo los pantanos de la cabecera del Tajo; probando los vinos de la Finca Río Negro, en Cogolludo; o almorzando, como se vino haciendo tradicionalmente, unos huevos con patatas y chorizos abiertos en canal, acompañados por buen pan y mejor vino, que un día es un día. 

Y seguir, aunque sea solo en parte, aquello que escribió Montaigne: “A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo, pero ignoro lo que busco” y en esta tierra alcarreña sea más fácil saber a lo que se viene.

A modo de ejemplo citaremos algunas sugerencias contenidas en el libro: Contemplar un atardecer desde el Mirador de la Alcarria; subir al Ocejón; catar el bacalao del Justi, de Jadraque; leer el capítulo correspondiente de Viaje a la Alcarria en el parque de María Cristina de Brihuega; patear el Hayedo de Tejera Negra en otoño; recorrer en silencio íntimo la catedral de Sigüenza; pararse a contemplar con la debida parsimonia los relieves románicos de la puerta de Santiago de la iglesia del Salvador, de Cifuentes; serpentear los pantanos del Tajo; visitar el castillo de la Luna, en La Torresaviñán; visitar La Cabrera (posiblemente el pueblo más hermoso de Guadalajara); pasear hasta la iglesia de Santa Coloma en Albendiego y contemplar su ábside; recorrer el románico rural desde Campisábalos hasta Carabias; hacer senderismo en el Alto Tajo; desgranar una plegaria en el monasterio de Buenafuente del Sistal; escuchar cuentos en el Patio de los Leones del Palacio del Infantado, y tantas cosas más, hasta las 101 anunciadas, a cada cual más bella e interesante, unas ampliamente conocidas y otras menos, aunque siempre sea bueno volver a ver las cosas, porque siempre se encuentra alguna faceta que tal vez pasara desapercibida.

Bienvenido sea este libro que ofrece tantos aspectos a seguir para conocer mejor este palmo de tierra tan bello y privilegiado que es Guadalajara.

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José Ramón López de los Mozos