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Religiosidad popular en Escariche durante la Edad Moderna (Siglos XVI a XIX)

Publicamos la crítica escrita por José Ramón López de los Mozos y publicada recientemente en la prensa guadalajareña

GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Religiosidad popular en Escariche durante la Edad Moderna (Siglos XVI a XIX), Guadalajara, Editores del Henares (Colección Temas de Guadalajara, 4), 2015, 135 pp. (ISBN: 978-84-617-1489-6).

En primer lugar nuestra más sincera enhorabuena a Editores del Henares por haber puesto en marcha la colección “Temas de Guadalajara”, que abarca tantos y tan novedosos temas, uno de los cuales, el volumen cuarto, titulado Religiosidad popular en Escariche durante la Edad Moderna (Siglos XVI a XIX), escrito por Aurelio García López, comentaremos seguidamente.

En él habla de la historia, el patrimonio y la religiosidad de la citada localidad alcarreña a lo largo del espacio, nada despreciable, de cuatro siglos, o mejor, cuatrocientos años, con la sencillez y el lenguaje que le son característicos.

El libro se divide en dos partes principales; la primera constituye lo que podríamos considerar como el encuadre histórico, y sirve de introducción a la segunda, algo más amplia, dedicada a la religiosidad popular, para finalizar con unas conclusiones y la bibliografía propia de este tipo de trabajos históricos.

En la primera parte -De la orden de Calatrava a señorío laico- se dan a conocer los primeros pasos de la Historia de Escariche una vez conquistadas esas tierras por Alvar Fáñez entre 1081 y 1085, aunque la primera mención –Dascariche– corresponda a 1133 y más concretamente en el Fuero de Guadalajara al referirse a los límites del alfoz de Guadalajara. No será hasta 1176 cuando Escariche pase a pertenecer a la orden de Calatrava, en su encomienda de Zorita, por lo que su concejo pasó a regirse por el Fuero de Zorita, de 1180.

Señala García López que no se conoce la fecha exacta en que Escariche obtuvo el privilegio de villazgo -lo que significaba una mayor autonomía-, aunque parece ser que fue el 9 de abril de 1458, cuando los Reyes Católicos celebraron Cortes en Alcalá de Henares, y así se mantuvo hasta la venta de los municipios de las órdenes militares llevada a cabo por Carlos I. En 1547 tuvo lugar la venta de Escariche -junto a sus tercias, alcabalas, escribanía, portazgo y pecho de clavería de pan y dinero- a don Nicolás Fernández Polo, perteneciente a una familia hidalga de Pastrana dedicada al comercio de lana y al préstamo monetario, que desde entonces pasó a residir a su Villa. El tal don Nicolás casó con doña María Cortés, con la que tuvo, al menos, nueve hijos, dos de ellos varones, de modo que en 1552 instituyeron un mayorazgo para su primogénito don Martín Polo Cortés, en el que también se incluía el patronato del monasterio de monjas de la Inmaculada Concepción que había fundado en Escariche, aunque, después, toda la línea de sucesión va a participar o pretender el mencionado mayorazgo, tras el fallecimiento de los Polo.

El caso es que el paso de señorío laico a señorío de realengo no llegó hasta 1740 en que Escariche compró su propia jurisdicción al titular del señorío. Según la escritura de Tanteo, otorgada el 1 de marzo de 1740, el Ayuntamiento tuvo que solicitar un préstamo de 93.500 reales de principal, al tres por ciento, equivalentes al pago anual de 2.805 reales, que les fue concedido por los marqueses de Murillo.

Continua el libro con un apartado dedicado a la Demografía de Escariche entre 1530 y 1787, así como a ofrecer una idea del estado de la agricultura (clases de tierras y número de fanegas) y la ganadería (clase de ganado y número de cabezas) y actividades industriales, que da paso a otro centrado en el Concejo, su administración y patrimonio, para finalizar esta primera parte con un “Cuadro cronológico de los Señores de Escariche (1548-1640)”.

La segunda parte se dedica íntegramente a la religiosidad popular, de la que tan poco se conoce, puesto que aunque se haya escrito sobre la historia de Escariche entre los siglos XVI y XIX, son escasos los datos referentes al tema.

El autor se detiene, primeramente, en la iglesia de san Miguel, comenzando por su administración: el párroco, el mayordomo de fábrica, el colector y el sacristán, para continuar con el espacio arquitectónico y las obras artísticas que contiene en su interior: retablos -describe fielmente el mayor, tallado por el entallador alcalaíno Miguel Sánchez (c. 1571) y cuyos lienzos se deben al arte de Juan de Cerecedo (c. 1576-1580)-, cuadros, ornamentos y libros.

Pasa seguidamente a historiar el convento de la Inmaculada Concepción de monjas franciscanas, partiendo desde su fundación en 1557 -según indican las propias monjas en un cómputo y valoración de su hacienda, del año 1701-: “Fundóse este convento por los años de 1557”.

Junto a las seis hijas del matrimonio fundador, las primeras monjas que en él se instalaron procedían del convento de Concepcionistas de Guadalajara, creado a expensas de don Pedro Gómez de Ciudad Real, haciendo un total de catorce, con una renta aproximada de doscientos mil maravedíes. También se ofrecen algunos datos acerca de la obra arquitectónica de dicho convento, su patronato, la comunidad de religiosas y, con mayor detalle, el traslado de éstas a Almonacid de Zorita en 1703, además de algunas anécdotas y curiosidades, entre las que se cuentan los “secretos de la princesa de Éboli”, es decir, de las dos hijas gemelas -María de Silva y Ana de Mendoza- que, según la leyenda, tuvo la mencionada princesa, nacidas en ausencia de su marido, cuando éste se encontraba en Inglaterra enviado por el rey -leyenda que recoge Ignacio Ares en su libro Éboli. Secretos de la vida de Ana de Mendoza (2005). Al parecer, las niñas fueron repudiadas por don Ruy Gómez y enviadas al convento de Escariche, quien envió después un sicario encargado de matarlas, pero que solo mató a una de ellas quedando viva María, por lo que fue recluida en una miserable celda que solamente se comunicaba al exterior por una pequeña ventana enrejada. María, como en los viejos romances, además de llorar, pasaba el tiempo tañendo una mandolina solicitando su libertad a través de sus versos, que algunos vecinos llegaron a recordar:

“Niña de Escariche, otrora niña de Pastrana / con tus llantos tormentosos y el tañir de tu guitarra / no haya descanso el labriego ni en la villa ni en la Alcarria”.

Según se dice la niña estuvo presa en el convento hasta la noche del día 28 de septiembre de 1583, en que pudieron oírse unos gritos en su celda. Presos de curiosidad, los vecinos acudieron al convento y, cuando abrieron su celda, solo alcanzaron a ver un charco de sangre. Desde entonces, algunas noches lúgubres, sale por las calles de Escariche un fantasma en forma de niña que va pidiendo ayuda (es el llamado Misterio de la Niña de Escariche).

Este segundo apartado continúa con las ermitas: San Antonio (San Antón), entonces patrón de la villa, que ya estaba fundada en 1497; San Sebastián, cuya construcción se inició en 1534; la Soledad (hoy de Nuestra Señora de las Angustias), existente en 1606, y del Calvario, fundada por un devoto -Francisco Sánchez- en los últimos años del siglo XVII, así como con las memorias, capellanías -especialmente la de las Ánimas- y obras pías, como el hospital de pobres, que en 1541 ya existía y era mantenido por el Concejo; el pósito, fundado por Pedro Cabeza; el hospicio de Nuestra Señora de la Merced, y la fundación de una escuela de primeras letras para enseñar doctrina cristiana, por parte de Juan Bautista Iturralde y Manuela Munárriz, marqueses de Murillo, en 1734.

Votos y rogativas es otro de los apartados que se recoge en esta segunda parte. En él, se habla del santoral que mantenían los vecinos de Escariche en 1575:
“…las fiestas que se guardan en la dicha villa de voto de ella son San Sebastián, San Antón, la Cruz de Mayo, San Gregorio Nacianceno, San Gordian, Epimaqui [¿tal vez por Epifanía?], San Roque, Santa Catalina, las quales dichas fiestas son votos muy antiguos que se dice: fueron por pestilencia y por la conservación de los frutos e por otras causas que deben tener los antiguos de las que no hay memoria” (Relaciones Topográficas de Felipe II).

Algunas fueron desapareciendo con el paso del tiempo, mientras otras se mantuvieron (San Antón, la Cruz de Mayo y San Sebastián).

Otro tema que no podía faltar es el apartado correspondiente a las cofradías y hermandades, de entre las que sobresalen las del Santísimo Sacramento (1597); San Miguel, cuyo cabildo ya estaba formado en 1541; San Nicolás (1598); Nuestra Señora del Rosario (1622-1852), y la Vera Cruz (1582), que fueron disgregándose paulatinamente, aunque permanecieron sus imágenes, hasta que en la segunda mitad del siglo XX se fundó la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, justamente cuando desaparece la de la Vera Cruz, que hasta entonces se había encargado del culto a esta imagen, que se conserva actualmente en la ermita de La Soledad.
Una brevísima conclusión da paso a un apéndice documental compuesto por cuatro documentos, y a la bibliografía general.

Libros sencillos, del tipo de este que hemos comentado, son cada día más importantes a la hora de dar a conocer los valores históricos y patrimoniales de Guadalajara, puesto que en pocas páginas son capaces de dar una idea clara de aspectos monográficos que, de otra manera pasarían desapercibidos. Bienvenida sea, por tanto, esta nueva colección de Temas de Guadalajara, tan manejable.

José Ramón López de los Mozos

 

 

 

 

 

 

 

 

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